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Un sitio de reflexiones maduras, serenas y objetivas sobre la problemática de Cuba y su futuro posible. Puntos de vista sobre Literatura, Economía, Política, Sociedad, Historia y Cultura, así como sobre el exilio cubano en todo el mundo.
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lunes, 21 de mayo de 2007
EL GUAYABERO, MAMÁ
He dejado pasar unos días de luto, por ese juglar cubano del Siglo XIX. Es demasiado cercano para una crónica de su muerte.
Si alguien pregunta su nombre, posiblemente no lo recuerde. Pero cuando se diga, El Guayabero, todo el mundo sabe quién es.
Nacido en Holguín, el 4 de junio de 1911, es el último de los juglares de Cuba en volar hacia el cielo. Sé que Dios y San Pedro, lo tendrán a su diestra, para reír de sus travesuras. Él fue un ángel divino en vida. En la muerte – que no es verdad – lo seguirá siendo.
Faustino Oramas es su nombre. Vivió casi un siglo. Y nos hizo vivir a nosotros. Un sonero de lujo, como pocos.
Le recuerdo en Santiago de Cuba. En el fabuloso carnaval de mi ciudad. Tan famoso como el de Río de Janeiro. Y detrozado, como todas las cosas lindas de mi isla, por la perversidad y la ignorancia.
En los años 50, era el Carnaval más popular y bello de Cuba. La gente sencilla, ahorraba, para gastarlo todo, en esos días de alegría y de parranda. Allí iban las orquestas de Cuba y Santo Domingo, y ponían a bailar a toda la ciudad. Un carnaval que duraba casi todo un mes, algo excepcional en América.
En 1958, si mal no recuerdo, Pacho Alonso lanzó “El Guayabero”. Fue una consagración inmediata. No hay un cubano, que no sepa esa canción.
Le recuerdo siempre de traje, corbata y su sombrero cantonié (jipi japa), como le decían en Cuba. Amable, cariñoso y educado. Un Caballero del Siglo XIX, en pleno Siglo XX.
Se nos fue a los 97 años. El último de los grandes juglares de la música cubana.
Lo que más me sorprendía de sus presentaciones en el Carnaval de Santiago, era la masiva cantidad de jóvenes que iban a escucharlo, y disfrutar las travesuras y vellacadas de este maestro del doble sentido. Un negro alto, flaco, caballeroso, heredero de la mejor alegría andaluza. Algo fuera de serie, en el panorama musical cubano. Él es la la Cuba que perdimos. Como Lecuona, está y estará entre los grandes de la música cubana.
Nunca se presentó como un Don Nadie. Iba de guayabera o de traje. Tal era su respeto por sus conciudadanos. Era impecable. Y su trato con las gentes que lo amaban, mejor.
Los jovenes, como yo, lo esperábamos con ansias. No importaba el tiempo. Cuando comenzaba, la espera valía la pena. Allí, entre cervezas y rones, comenzaba la risa y el disfrute inigualable de su música y sus décimas de doble sentido. Era la apotéosis del genio. Y comenzaba el baile y la parranda bullanguera. Un júbilo como pocos, que yo recuerde.
Para mí, que lo conocí en esas presentaciones, que no me perdía, era la decencia y las virtudes de todos los cubanos. Era nuestra herencia afrocubana y española. Todo, en un solo hombre, con su guitarra, su tres inconfundible. El epílogo maravilloso de una música que ha recorrido el mundo. Una herencia que yo rescato como mía, desde los hielos de Canadá.
Quiero terminar este homenaje a Faustino, con los versos de Martí, transformados:
Yo quiero, cuando me muera
sin Patria, pero sin amo
tener en mi tumba un ramo
de flores y al Guayabero.
Guayabero, cuando me vaya, iré a reírme de la vida contigo.
Un abrazo.
Asdrúbal Caner Camejo.
Si alguien pregunta su nombre, posiblemente no lo recuerde. Pero cuando se diga, El Guayabero, todo el mundo sabe quién es.
Nacido en Holguín, el 4 de junio de 1911, es el último de los juglares de Cuba en volar hacia el cielo. Sé que Dios y San Pedro, lo tendrán a su diestra, para reír de sus travesuras. Él fue un ángel divino en vida. En la muerte – que no es verdad – lo seguirá siendo.
Faustino Oramas es su nombre. Vivió casi un siglo. Y nos hizo vivir a nosotros. Un sonero de lujo, como pocos.
Le recuerdo en Santiago de Cuba. En el fabuloso carnaval de mi ciudad. Tan famoso como el de Río de Janeiro. Y detrozado, como todas las cosas lindas de mi isla, por la perversidad y la ignorancia.
En los años 50, era el Carnaval más popular y bello de Cuba. La gente sencilla, ahorraba, para gastarlo todo, en esos días de alegría y de parranda. Allí iban las orquestas de Cuba y Santo Domingo, y ponían a bailar a toda la ciudad. Un carnaval que duraba casi todo un mes, algo excepcional en América.
En 1958, si mal no recuerdo, Pacho Alonso lanzó “El Guayabero”. Fue una consagración inmediata. No hay un cubano, que no sepa esa canción.
Le recuerdo siempre de traje, corbata y su sombrero cantonié (jipi japa), como le decían en Cuba. Amable, cariñoso y educado. Un Caballero del Siglo XIX, en pleno Siglo XX.
Se nos fue a los 97 años. El último de los grandes juglares de la música cubana.
Lo que más me sorprendía de sus presentaciones en el Carnaval de Santiago, era la masiva cantidad de jóvenes que iban a escucharlo, y disfrutar las travesuras y vellacadas de este maestro del doble sentido. Un negro alto, flaco, caballeroso, heredero de la mejor alegría andaluza. Algo fuera de serie, en el panorama musical cubano. Él es la la Cuba que perdimos. Como Lecuona, está y estará entre los grandes de la música cubana.
Nunca se presentó como un Don Nadie. Iba de guayabera o de traje. Tal era su respeto por sus conciudadanos. Era impecable. Y su trato con las gentes que lo amaban, mejor.
Los jovenes, como yo, lo esperábamos con ansias. No importaba el tiempo. Cuando comenzaba, la espera valía la pena. Allí, entre cervezas y rones, comenzaba la risa y el disfrute inigualable de su música y sus décimas de doble sentido. Era la apotéosis del genio. Y comenzaba el baile y la parranda bullanguera. Un júbilo como pocos, que yo recuerde.
Para mí, que lo conocí en esas presentaciones, que no me perdía, era la decencia y las virtudes de todos los cubanos. Era nuestra herencia afrocubana y española. Todo, en un solo hombre, con su guitarra, su tres inconfundible. El epílogo maravilloso de una música que ha recorrido el mundo. Una herencia que yo rescato como mía, desde los hielos de Canadá.
Quiero terminar este homenaje a Faustino, con los versos de Martí, transformados:
Yo quiero, cuando me muera
sin Patria, pero sin amo
tener en mi tumba un ramo
de flores y al Guayabero.
Guayabero, cuando me vaya, iré a reírme de la vida contigo.
Un abrazo.
Asdrúbal Caner Camejo.
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